Reseña sobre Inquietantes dislocaciones del pulso. Por Romina Freschi





Las inquietantes dislocaciones del pulso 
o la sobrenaturaleza de la palabra en contracciones de nuevo parto



el universo de las mujeres me permite sugerir cierta alternativa para la sociedad robotizante y espectacular que hace polvo a la cultura-revuelta: esa alternativa es, simplemente, la intimidad sensible.

Julia Kristeva - La revuelta íntima


cuando me hundo en el mar de la fertilidad un silencio visual
es la fauna de sal reflejando el color del sol

Gustavo Cerati -Lisa


fritura radio marea de noticias tragandosé la mañana donde el pequeño tiembla

Diana Bellessi - La guerra y la paz



Son las madres quienes hacen cuerpo en sus entrañas. La voz de la poesía es lo que buscamos, pero esa búsqueda también se ha tornado plana, panfletaria. No es el caso de Gladys Mendía. Toda su lucha, silenciosa y horadante, en lo borroso, en lo que se disgrega y enmudece, produce inequívocamente un sentido de la voz –un territorio - y así logra asir transitoriamente algo de lo que ancestralmente llamamos poesía. Da cuerpo a la voz, como madre que escucha lo que un cuerpo dice y crece, pues ningún cuerpo se está quieto.

El cuerpo de la voz no es solo la superficie de un sonido, de una impresión, de una imaginería inventada culturalmente- peste petrolera de los medios masivos (maza de los medios que aplasta). Esa es una voz de trueno de artificio, efecto cinematográfico que nos acalla con su espectacular inconsistencia. Por fuera de ella, hay otra manera de hablar y de escribir, acusada de dislocada, descalabrada, pero de cuerpo continente, de alma real, de otros cuerpos.

Es que en la dislocación no hay ruptura, en el titubeo no hay desorientación, hay sí un decantar los significantes, deslizarlos en un tobogán que les vaya dando- como a través de un tamiz- la “medida” del descalabro, el punto indeterminado inevitable de la caída de cada uno, “eso” que buscamos, río del (sin) sentido, y su larga, líquida y fluida raíz descendente, nunca quieta.

Y por eso escribir, para encontrar lo inquietante, aquello que no es la palabra, ya no lo es. Es el pulso, el temblor que la inunda y la exprime, y así, por fin, nos aleja de la represión. La voz es un momento, ha dicho en otros poemas la misma Gladys Mendía, y es en lo momentáneo donde las cosas ocurren, sin monumentos, apenas un grafiti en nuestro mundo hoy.

Es en la poesía, como en la caligrafía y como en el grafiti, donde se hace cuerpo algo que corre siempre imperfecto, siempre a ritmo cardíaco, hálito del trabajo del cuerpo, siempre escapando o buscando. Y cuando es perseguido por la persecución es todo una queja clandestina, como las de la noche de Latinoamérica, madre tierra.

La madre ha sido, hasta ahora, culturalmente, una pasión de iniciación. Pero políticamente – porque lo personal es político - es posible desmontar su función. Y es en nuestros países donde la madre ha demostrado la mayor eficacia y la más sanadora. Con el ejemplo mayor, pero no por eso unívoco, de las Madres de Plaza de Mayo, las madres – cualquiera sea su género sexual - pueden dislocar la imposición de una naturaleza versionada culturalmente, y ejercer el rol pasional de la continuidad de la vida, natural y sobrenatural, es decir social, y esto es lo que lucha contra el juego cultural del genocida. La pasión materna como función que pierde sus funciones y las disgrega sobre todos los cuerpos, para salvarlos.

La madre, la que nos hace el cuerpo. Y es entonces en lo anatómico – de la tierra con sus minerales y plantas, de los cuerpos humanos y animales y en el cuerpo social – donde la dislocación ocurre, y el descalabro nos quita la palabra.
Ya no la tenemos- apenas la vemos pasar- sólo la apresamos parcialmente en nuestra búsqueda. Y eso es lo único que hay, grita o loqüela, arabesco del cuerpo, alma de palabra que logra en lo borroso – no recuperar su cuerpo, puesto que no podemos ya recuperar la palabra como la palabra era; o “creyeron” que era (y porque los cuerpos desaparecidos apenas vuelven como un costal de huesos, sin metáfora mediante, y si es que vuelven) pero sí logra la expresión, y en la expresión: la lucha, el pujo, la liberación de algo inapresable, un nuevo parto.

Toda la poesía de Gladys Mendía hasta hoy va sumergiendo las palabras en el líquido oloroso de la cultura mecánica contra la experiencia, de la cultura genocida contra la supuración constante de la vida, de la cultura bélica sobre la cultura materna. En sus poemas se reúnen varias series de sentido sin renuncia a ninguna, mas con conciencia de cada yerro, cada dolor, cada felicidad en la sombra.

Por fortuna, y con gran alivio, no logramos disociar aquí lo social de lo místico, lo onírico de lo político, lo teórico de lo físico. La solución es siempre parcial. Y la palabra solución es perfecta en sus múltiples acepciones.

Como lo que se disuelve o resuelve, lo que obtiene satisfacción, paga o desenlace, o simplemente lo que se mezcla, el cuerpo de la voz es aquí gelatina de media sombra, placenta de alquitrán de la urbe de la mente -marea de aceite de ballena- donde parcialmente alguien nos convida un mango, o logramos leer la fuerza de la vida entre los restos del dolor. Porque ha sido escrito, fugaz en la carrera de la Historia y la civilización, pero cierto como todo lo cierto, así, como el agua que cae y transforma el suelo.

En el parto el cuerpo se disloca, todo entero se descalabra y algo se sale de su lugar, se muda. Nos enseñaban que solo era así entonces, y que ese estado no merece crédito alguno. Pero no. La lucha es aceptar que no.
Si la queja era nostálgica porque lo sólido se desvanece en el aire, o porque la modernidad es líquida, y la naturaleza, una sobrenaturaleza, aquí la queja es el reclamo por haberle negado el cuerpo a lo que tiene cuerpo, y por solidificar con hierro ideas que solo merecen ser vanas, momentáneas, contextuales, humildemente hijas de alguien.

Dedicadas en parte a mi país, pero como vórtice transitorio de un horror que compartimos con la especie entera, estas inquietantes dislocaciones del pulso, van registrando como un sismógrafo o electrocardiografía, las mareas de los estados intermedios, soluciones o coágulos que flotan y salvan contra la vejez de una civilización que ciega, mecánica y fantasmática, seguirá matando todo lo que pueda matar. Nos resta ver morir al monstruo en su vertiginosa senectud, confiar en esta escritura que nos salva y nos reparte.



Romina Freschi,
Baires, Argentina. 8 de enero de 2012



Romina Freschi (Argentina). Reside en Buenos Aires-Argentina. Se desempeña como docente de escritura y literatura en ámbitos universitarios y de creación. Fundó y dirigió la revista de poesía y crítica Plebella y en 2013 compiló ensayos, poemas e ilustraciones de la revista para la antología publicada por editorial Eudeba. Ha publicado en poesía Redondel (1998), Estremezcales (2000), El-pE-Yo (2003), Marea de Aceite de Ballenas (2012), Juntas (2014), Libro Có(s)mico (2015), Eco del Parque (2016), Todas Cuerdas (2017), Soslayo (2018), entre otros.




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