Un ensayo sobre el movimiento. Por Miguel A. Romero Blanco



UN ENSAYO SOBRE EL MOVIMIENTO
sobre El alcohol de los estados intermedios
Por Miguel Adolfo Romero Blanco


Yo soy un “fósil intelectual viviente”, que aún cree en la descripción racional del mundo –aunque reconozco los límites de tal empresa- y en la existencia de una verdad absoluta y universal, si bien lo bastante compleja como para impedir integrismos.

Sé que no parece la plataforma ideológica apropiada para leer un poema.

Veamos. El libro consta de un solo poema, en verso libre, así como liberado de las normas del uso de los signos de puntuación. El lenguaje se usa con total libertad, subjetividad, digamos, y sin embargo, a medida que se avanza en la lectura, las ideas, el manejo de las ideas por parte de la autora, se vuelven claros (lo siento, pero mi condición intelectual precámbrica, reivindico la validez de términos como “autora” y “poetisa”, aunque marquen distinciones de género, simplemente porque cuentan con la sanción del tiempo, y rechazo neologismos que pretenden marcar diferencias donde no las había).

Como comprenderán, necesito leer para entender el texto, y verter las impresiones que me parezcan más razonables acerca de qué quiso decir la autora. Pues no puedo desasirme de la noción de que el lenguaje es un sistema abstracto –mayormente abstracto- creado por la humanidad para comunicarse, para compartir ideas, experiencias y sentimientos. Luego, si tengo tiempo, hablaré de los límites de la razón…

La poesía es una forma de arte, y el objeto del arte es transmitir, emocionar (por eso el arte moderno ha fracasado mayoritariamente; casi nadie sabe qué intenta decir. No transmite ni emociona, así que desaparece olvidado para el 99% de la humanidad). ¿Es arte éste poema? Sí.

Transmite. Usa muchas imágenes y las repite, plantea situaciones en que vemos a los elementos involucrados recibiendo, no, demostrando un sentido, o una ausencia de sentido… pero cada cosa dice lo que es ella misma. Y las expresiones tienen pasión.

¿Y qué nos dice el poema? En los términos más generales posibles, podríamos afirmar que habla, por una parte, del fracaso de los intentos humanos de comprensión del mundo y de transmisión de lo que se ha entendido, empezando por el lenguaje mismo. Habla del desgaste, de la destrucción, no violenta, sino paulatina.

También nos habla de los momentos –si es que los estados intermedios son momentos- en que la propia experiencia cotidiana se interrumpe. Casi como si aludiera al Bardo de las creencias tibetanas –imposible asegurar si esa era la intención, pero la lectura general del texto me produjo esa impresión- o quizá a la famosa “experiencia oceánica”, de negación del yo y afirmación de lo absoluto, del todo, y de la paradójica comunión que un no-yo con el resto del Universo (si el yo no existe ¿quién vive esa comunión? Pero no caigamos en la tentación de la digresión). Aunque no se presentan como un remanso en las angustias generalizadas del poema, a cada rato se presentan como interrupciones de la continuidad de la experiencia cotidiana –creo- y de cómo son impulsados por todo aquello que se resiste a ser determinado y esclarecido.

Pero, en ese caso todo sería un estado intermedio. El poema –o la poetisa a su través- no deja títere con cabeza: como ya decíamos antes, se niega la comprensión real del mundo, así como la posibilidad de transmitir lo que se (cree que) ha comprendido. Salvo una cosa; el desgaste.

Las imágenes de túnel, cadáver, etcétera, parecen ser bastante claras, por no mencionar términos como arteriosclerosis. Es el desgaste llevado a su última consecuencia. Y, sin embargo, justo en la pérdida definitiva, se asoma la reconciliación.

No solamente la voz del poema hace las paces con el desgaste. Inclusive, se muestra capaz de enseñarle al elemento fracasado –que nombraré dentro de poco- cómo superar su situación: olvidándose de “ser” y asumiéndose como “devenir”. Éste, y la constante mención del fuego –y la manera como es mencionado- al principio, son dos elementos que parecen traicionar, a nuestro juicio, un subtexto heraclítico. (Debemos admitir que hay otras alusiones al filósofo griego del cambio. Pero esas, por ser las más asimiladas a imágenes, deviene, en el campo de la poesía, que siempre intenta, que siempre busca, el juego difícil de seguir comunicándose a despecho de trastocar el lenguaje, las más ciertas. Insisto, a nuestro juicio).

Falta algo por analizar. O por estudiar. La autopista.

La autopista parece haber sido el hilo conductor de éste poema –y eso no es sólo un juego de palabras- pues, parece aportar la metáfora sobre la vida. Parece mostrar la manera de referirse al final –el túnel, el cual (¿o quién?) parece no saber tampoco qué sucede, pues su ojo resulta un poco impotente- aparte de… los carteles. ¿Qué sería del poema sin los carteles? Desde una óptica muy personal, encontramos el inicio del absurdo de los carteles como un toque de ironía cómica que agradezco. No obstante, la idea no es hacer un chiste. La idea es que la autopista es el mundo. Más aún, nuestra visión del mundo. No; nuestra visión –o la visión de la poetisa- acerca de la visión del mundo: un conjunto, sistematizado y lógico, que parece funcionar, que hasta cuida de nosotros, pero que es incapaz de resolver el más urgente de nuestros problemas: el final.

Para eso, según el poema, según la poetisa, sólo hacer las paces, y asumirse como devenir en vez de cómo ser, pueden ayudarnos. Es entonces cuando la visión del mundo se torna, si no mundo, al menos vida.



Miguel Adolfo Romero Blanco
Caracas, Venezuela, septiembre de 2010.



Miguel Adolfo Romero Blanco (España, 1972) Licenciado en Letras mención Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela.

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