Reseñas sobre el libro LUCES ALTAS luces de peligro (LP5 Editora, 2022)

 


Aquí podrás leer seis reseñas escritas sobre LUCES ALTAS luces de peligro (LP5 Editora, 2022) por diversos autorxs: Emma Pedreira, Marta Pérez Sierra, Ricardo Montiel, Bernardo Rafael Álvarez, Susanna González Turigas y Edgar Aguilar.


120 km/h

La voz muchas voces, dice Gladys Mendía para abrirse paso hacia un lugar oscuro, encendiendo las Luces Altas y el motor. Su voz poética señaliza una carretera imaginaria, pinta las medianeras, los arcenes, el cambio de sentido. Marca un itinerario que sigue la línea del verso.

Digamos que existe algo llamando Road Poetry y que da cuenta de cada paso emocional de un recorrido, normalmente de un viaje iniciático o de una huida (que viene siendo lo mismo, pero filmado de espaldas, bien a la vista el maletero y la matrícula de atrás). Pero aquí tenemos llegadas, cambios de rasante, panorámica en movimiento y, de vez en cuando, una ojeada al espejo retrovisor. 

lo primero/ no es la luz/ no es la imagen/ lo primero/ 
es el movimiento en el espacio

Y no huimos, sino que acompañamos dentro y fuera del vehículo, desde la toma interior y cenital, a nuestra autora-conductora. Poeta que vierte en su bitácora cada lugar de un mapamundi reivindicativo y preciso. 
Inicia Gladys Mendía un viaje poético, esta Road Poetry, a través de una Latinoamérica surcada de venas (abiertas, como dijo Galeano) como el tejido inflamado deja ver su circulación endodérmica. Es este Luces altas, luces de peligro un libro de versos y mapa de carreteras, con el GPS encendido de la intencionalidad nos lleva a coser los cuatro puntos cardinales, a veces con un exceso de velocidad carente de pausas ortográficas, de stop (puntos), de ceda-el-paso (comas), de semáforos (mayúsculas), porque no hay nada más poético que la fricción del verso en la lengua empujada por la denuncia y de la rueda en el asfalto durante el derrape.

no existe nada más vasto/ que el territorio de la nada

Viajamos junto a Mendía de punta a punta de un continente que debemos intuir sin fronteras bajo su poética globalizadora y su conducción intempestiva. Intuimos el movimiento nocturno, la capota bajada, la piel abofeteada por el viento, pero también por la desigualdad que se vuelve identitaria; la panorámica no es otra que países en evolución y revolución, incómodas sentencias en las paredes, versos-grafiti. El verso es político, el viaje como ruta interior también.

el paseo terminó en la luz de sus colmillos

Pero ¿es frenada o llegada el final del viaje? La poeta aparca en un rincón de si misma para contemplar, en contraposición, un vacío. Se desinstala del movimiento y contempla, como quien llega del viaje y ha de colocar una por una las fotografías, las sensaciones, lavar la ropa sucia acumulada y luchar contra el abatimiento del regreso y el probable jet-lag.

Todas las llegadas sirven para recolocarnos en el punto de salida y es así como Gladys Mendía recapitula hacia lo íntimo su regreso. No hay un punto final sino unos dos puntos en los que enumerar cómo ha quedado el alma después de lo viajado. Lugar a lugar, poema a poema. 
Ahora toca avituallarse y volver a partir.

Emma Pedreira
La Coruña, Galicia, 2021


LA VOZ DE LA MEMORIA HIEDRA


Tomo asiento en el tren y el espacio-tiempo de los poemas de Gladys se convierte en un traqueteo uniforme que circula paralelo al mar. Y, arrogante, imagino que corro más que el oleaje, detenido en la ventana del tren. Recojo la luz hiriente de los versos de Gladys, la lanzo contra todos los pasajeros, solo atentos a la pantalla de su móvil, que se incomodan y me miran interrogativamente con desprecio. Les sonrío. Me pongo de pie y les leo un poema, sin chillar, pero se transmite como un grito. Las múltiples voces de Latinoamérica, las voces indígenas, nos interpelan. Nadie dice nada, la mente sellada. Vuelven la mirada a sus respectivos wasaps y hablan entre ellos con la yema del dedo índice. Ironías. El mundo sísmico de Gladys es tan complejo que podemos considerarnos afortunados si nos llega su mensaje, si nos sacude por dentro, aun si solo percibimos algunas de las múltiples voces que pueblan sus versos.

todas las identidades caminan estas
y otras tierras
presencia rompe documentos
El mar sigue silbando mientras pasa el tren a través de su azul. Me acoplo a los poemas. Luces altas.
Desanudo el tiempo y me duermo. Creo recordar que sueño. El tiempo es el olvido, renacer en cada gesto. No existo. Las palabras de Gladys me conmueven. Me enrosco en ellas como un ovillo. Una me aprieta el estómago como la hebilla de un cinturón estrecho. Otra, se me enreda entre los rizos, como la brizna de una corteza de árbol, perdida. La certeza de una voz abisal que se impone, que vomita, como un volcán, caliente lava. Una voz que se fuga en el grito. 
qué es un volcán sino una fuga 
qué es una fuga sino un volcán
De repente, todas las palabras me arrastran escaleras abajo. En mi sueño, hermoso e inquietante, ha aparecido una escalera de caracol, de madera y hierro en algunos tramos, en otros de arena y agua. En blanco y negro ruedo sin final. No hay tiempo para el tiempo, sí movimiento. 
no existe nada más vasto 
que el territorio de la nada 

Me bajé del tren y me cogí de la mano de Gladys hacia las luces altas de sus versos. 

Marta Pérez Sierra
Barcelona, Catalunya, 2021.


CONTRA TODA SEÑALÉTICA

Decía Derrida que todo poema corre el riesgo de carecer de sentido, y no sería nada sin ese riesgo. Los poemas que componen este libro, parecen ubicarse ahí, en esa zona de riesgo en que prevalece lo inestable, lo mutante, lo diverso, aquello que se escurre en el cristal de nuestros frágiles determinismos (“como cristal en/ la tormenta estamos”), donde la voz poética que emite es más el fenómeno que la presencia objetiva (más la velocidad y menos la máquina que transporta), como si fuera la transparencia del tiempo la que hablara y no el sujeto destinado a perecer. Hay aquí, en estas líneas aparentemente caóticas –pero no por ello carentes de ritmo y, en efecto, la sintaxis de párrafo ahuecado que propone Mendía es rigurosamente musical–, una búsqueda en el movimiento que no cesa, o en el viaje que no sabemos si se detendrá. No es casual su aversión a la carretera atestada de carteles que generalizan (y se esmeran en predisponer nuestro andar por el mundo, donde las cámaras de vigilancia proliferan). En suma: el ruido de la señalética que se nos impone, opacando el cercano vaivén de las olas, la riqueza cultural de que está hecho nuestro continente, en especial la región latinoamericana. No obstante, LUCES ALTAS luces de peligro no se distrae en lo panfletario; no hay en esta reunión de poemas un acomodamiento ideológico o un llamado a la acción. Hay más bien un relevamiento de “reflejos”, en el que nos vamos realizando “en la corta vida/ de las sombras”, como si fuéramos una ensoñación de esa naturaleza velada que, en este libro, se asume como parte de esa riqueza cultural y no de la identidad que divide, condena y destruye desde el cada vez más alarmante poder reduccionista.

Ricardo Montiel
Buenos Aires, Argentina, 2021


NUESTRAMERICANA SIN PUENTES

Diciembre del 2009: Ciudad sagrada de Caral. Un grupo de poetas, asombrados ante los pétreos vestigios de la que, según se sabe, fue la civilización más antigua en esta parte del planeta. Lectura de poesía, brotan amistades, se sueña. Allí yo, con mi hijo Igor Ignacio. Una joven escritora venezolana, venida desde Chile con otros del país sureño, me alcanza sus poemas reunidos en un bello volumen, que es su segundo libro acabado de publicar, no en Santiago ni en Caracas, sino en Lima: El tiempo es la herida que gotea; yo, por cierto, agradecido, conmovido y feliz. Unos días después, tras la despedida de todos, ya nuevamente en Lima dejo constancia de este bello obsequio y de aquel encuentro con el más remoto pasado de nuestra cultura, en un texto poético en que inserto estos versos que creo son expresivos: “Gladys / Nuestramericana pone en mis manos unos pétalos engarzados con inscripciones de vías / Y días y su libro resplandece áureo en mis ojos…”; palabras, estas, dichas después de haber transcrito insolentemente, sin comillas, una rotunda frase de la poeta: “todos los puentes caerán porque nunca existieron”. El poema se lo dediqué a ella: sin puentes, dije: la poeta Gladys Mendía. Doce años después vuelvo a leer a esta talentosa, sensible y culta venezolana que es, además de poeta, traductora y editora y creo que, también, impenitente viajera, y me doy cuenta de que su poesía es, ahora, tan sólida como lo fue al principio, y ella sigue siendo fiel a su fe y a sus sueños. Es nuestramericana, pues, que sabe que no hacen falta puentes entre los pueblos de este Continente o, como lo dice –de modo terminante- en el primer libro que conocí de ella: todos los puentes caerán porque nunca existieron; porque no hacen falta, porque (y lo confirma en este su nuevo libro: LUCES ALTAS luces de peligro) somos una unidad inquebrantable, a pesar de lo diverso, de lo múltiple de esta delicada furia que nos vio nacer Y CAER (es decir, Latinoamérica), a pesar de la voz mosaico la voz fragmentada (…) voces que suben de espaldas al cielo de la tierra; voces que es imposible no escucharlas. Porque, digo yo, no es cosa de acercarse, sino de estar cerca. Poesía, la de Gladys, que, a pesar de la indignación, no deja que su verbo se contamine con la irracional violencia, aun sabiendo que escribimos sobre el naufragio mientras el sistema instala cámaras de vigilancia. Poesía que es homenaje y apología a la construcción, no al deterioro: sabe que crear es equivocarse y que de error en error se construye la voz. Pero a veces, como todos, la poeta cae en la tentación del desfallecimiento, del descenso, y asume una dramática y terrible verdad: no existe nada más vasto que el territorio de la nada; y afirma, medio desolada, que somos la muerte preguntándose qué es la muerte. Finalmente (claro, no podía ser de otro modo: la vitalidad por encima de todo) emerge, desafiante: la escritura como caballo de Troya en la vida, y esta es su arte poética. ¿Es todo? No. Debo decir algo más. Sí: Gladys Mendía se atreve a un uso lingüístico de aquellos que escandalizan a los académicos de la lengua: En el verso que acabo de transcribir, acerca de la muerte, no dice “nosotros” o “nosotras”, sino “nosotrxs”, y hay otro en que dice “condenadxs a vagar en lo inacabado”. Es que es libre. Los hablantes no somos, menos los poetas, súbditos del rey. ¡Bien, Gladys! Yo celebro -nuestramericana, poeta de verdad- tu poesía, que es luz elevada, pero no de peligro, porque nos hace muchísimo bien.

Bernardo Rafael Álvarez
Lima, Perú, 2021


LO PRIMERO NO ES LA LUZ

Lo primero/ no es la luz, con estos dos versos empieza uno de los poemas del nuevo libro de Gladys Mendía, LUCES ALTAS, luces de peligro. Una declaración que incardina la voz y fija la mirada de una poeta que camina al lado de los suyos, convirtiendo en palabra lo vivido, como si lo que realmente nos constituyera, expulsados de la luz anodina, fuera el éxodo. 

Lo primero/ es el movimiento en el espacio/ tiempo/ y el espacio tiempo es presencia, sigue más adelante el poema. Son determinantes las pausas. Primero el tiempo y en un instante posterior, la encarnación, una existencia nómada. La voz que se alza entre el gentío es femenina, como lo es el gesto que preserva con dignidad, en medio del trasiego, lo vulnerable. La poeta atiende a la fragilidad y también a la fortaleza, de un pueblo entero atravesando un lugar que a menudo nos parece desierto. Un pueblo, un continente que nos reúne a todos, Latinoamérica. El poema se convierte en canto, canto para la conciencia.

Las luces de peligro nos advierten del desastre, ese tiempo suspendido, siempre por venir, siempre pasado, parafraseando a Blanchot, y Gladys Mendía busca el lenguaje que se acerque a describir ese lapso que transcurre sin nosotros. Poemas en verso o en prosa, de estructura quebrada, que reflejan paisajes poblados en desorden, una ciudad en permanente construcción, un continuo que nos devora, ninguna generación verá la ciudad terminada  ninguna generación caminará por sus calles sin respirar polvo de cemento  condenados a vagar en lo inacabado y sus ruidos y ruinas, las carreteras y su tránsito perpetuo, lo mecánico, el olvido de sí de lo alienado. 

Sin embargo, no podemos movernos sino en ese continuo, no podemos hablar sino sobre el silencio, y a menudo no queda otra que hacerlo por encima del ruido. La palabra será una raíz aérea que alimenta el alma. La palabra como vibración, sonido que se expande, palabra plural en múltiples lenguas, guaraní, mapuche, maya, wayüu, quechua, voces que hablan tan fuerte que es imposible no escucharlas, una ofensa para el poder totalitario. Gladys Mendía reflexionará sobre la instrumentalización del lenguaje, sobre la pérdida que supone la uniformidad. 

El hombre que explica la Historia desde el púlpito lleva traje gris y sirve. La fraternidad, por el contrario, se encuentra en el círculo, allí donde cada uno comparte su relato. La voz mosaico  la voz fragmentada  la voz muchas voces nos dice la poeta, voces que llaman a lo fértil sin padre  voces de circunstancias    descriptivas   arbitrarias  elocuentes  logran su no finalidad. Voces que no sirven y algunos querrían desahuciadas. Voces pequeñas, irreductibles. Voces ante las que tu corazón/ en el corazón de tu madre se resguarda, nos decía Celan. Volver. Devolver la voz a los que la perdieron, aguzar los sentidos, ver y oír lo negado, la poesía que no tengo y busco en todo  los diminutos soles en el túnel por donde va el tren. Ése será el oficio de quien tiene voz, reconocer los rostros, reconocer las lenguas, devolverles la presencia. 

No es gratuito el título de la primera mitad del libro, ASTROLABIO PARA CRISALIDAS en calles latinoamericanas. Tal vez todo lo que nos apunta Gladys Mendía, sea guía para mantener un rumbo adecuado, un rumbo para la mirada y para el gesto, un rumbo para la palabra. Nos llama la atención sobre aquello en lo que deberíamos fijarnos, acaso nos pase desapercibido. El desarraigo ha ido calando en nuestras sociedades, al punto de haber extraviado los sentidos. Minó la compasión, desacralizó la relación con el prójimo y nos hizo incompetentes ante la belleza. Los versos de la poeta parecen gritar para que despertemos. Siente, te dice. Recupera tu alma, si el alma es como afirmaba María Zambrano aquello que hay entre el yo y el afuera. 

Cobrarán, entonces, vida las imágenes. Mira lo que duele, lo que se quiebra, lo que muere. Mira, también, lo que vive y celébralo. Deja de correr y mata el tiempo contemplando como mudan las formas bajo la luz cambiante. Encuentra por ti mismo esas verdades diminutas que irán perfilando tu memoria. La existencia se hace extraña, a veces vivimos en el asombro, otras en la perplejidad de la paradoja, será inevitable. Mi cultura es lo húmedo/ mi patrimonio son las gotas/ mi lenguaje es la incertidumbre/ la ambigüedad/ lo múltiple/ aquello inevitable/ e imprevisible/ como la caída de una gota.

Gladys Mendía configura su óptica, al igual que lo hace el pintor en el lienzo. Busca el punto donde ubicarse, juega con la perspectiva, escribe sobre el asfalto, en la tierra o en los cuerpos, dibuja las calles, retrata su desnudez y desgobierno, los lugares que quedaron en medio de la nada, encrucijadas de las que parten carreteras hacia ninguna parte, la prisa. En ocasiones, el zoom se abre o se cierra, se aíslan imágenes, se cambia el enfoque, como si manejara una cámara cinematográfica. 

Será por el modo que tiene de relacionarse con el espacio, la forma de utilizar el lenguaje para que el símbolo produzca un desdoblamiento en el que apreciar la hondura. En la segunda parte de LUCES ALTAS, luces de peligro, que lleva por título LA MATERIA DEL DESCENSO, recurre a las figuras de la mística para desvelar la inconsistencia, léase también fragilidad, de la existencia, que de otra forma había mostrado en los poemas anteriores. Ahora el tiempo es la morada del rito. Introspección. Un examen sobre el propio andar, sobre la relación con el o lo otro, sobre la percepción de la vida y de la muerte. Recordemos ese Lo primero/ es el movimiento en el espacio/ tiempo/ y el espacio tiempo es presencia y la idea de la vida como metamorfosis, lugar de transformación, paseo efímero. 

Los poemas se intercalan con insinuantes fotografías de escaleras. Si se sube o se baja es cuestión de perspectiva, lo importante es habitar el lugar en el que cada uno oficia su liturgia. Anudar o desanudar, ascender o descender, al fin y al cabo, una escenificación, reflejos. Somos la materialización de la pregunta que la muerte se hace a sí misma, nosotrxs somos la muerte preguntándose/ qué es la/ muerte, nos dice la poeta. Vivamos plenamente, pues, el tiempo en que ensaya su respuesta. 

Susanna González Turigas
Barcelona, Catalunya, 2021


EL SIGNO Y LA MEMORIA

A diferencia de la “ciudad irreal” de T. S. Eliot, refiriéndose a Londres, la Ciudad Latinoamericana es demasiado real. O, mejor dicho, su excesiva “realidad” nos obnubila por completo; y esta sensación de luces, colores, formas, ruidos, ires y venires de arriba abajo y de aquí para allá en que están constituidas nuestras ciudades, todo en delirante abundancia, y que parece absorbernos de manera inevitable, tiende a crear otro tipo de irrealidad.
Ciudades que conspiran contra nosotros. Ciudades que atestiguan el paso del individuo frente a su entorno, y quien a su vez testifica esa transfiguración constante –en construcción permanente, como nos dice Gladys Mendía– en que se nos revelan aquéllas pero que, paradójicamente, dejan de ser lo que son: “la ciudad en construcción no es ciudad” (p.41). Y si no es ciudad, ¿qué es?
Mendía, al igual que Marco Polo en su incesante búsqueda de la ciudad invisible como símbolo de lo que no puede recuperarse, o que sólo puede perdurar como ilusión, como memoria, bien podría constatar lo que Ítalo Calvino: “las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos”. Pero Mendía lo transmuta en lenguaje contundente, casi premonitorio: “Ninguna generación verá la ciudad terminada” (p.47). No la verá porque, como tal, la ciudad no existe, no puede existir… Siempre está en proceso (es un deseo inconcluso que en el fondo nos atemoriza). No acaba de terminar. Y lo que no culmina es tiempo ido, irrecuperable. Obra negra: la Ciudad Latinoamericana.
Recorremos no lugares en concreto. Es un viaje (no un feliz itinerario) por Latinoamérica, un desprendimiento nocturno del yo en que de nueva cuenta Mendía nos confronta con cada ciudad, con sus particularidades más recónditas o más visibles, que sin embargo es la misma ciudad en conjunto: “Un continente respira y tose dice aúlla vocifera” (p.32). Por eso hay que llevar las luces bien encendidas, luces que anuncian los riesgos y peligros a los que estamos expuestos de ordinario. Las señaléticas que vislumbra Gladys Mendía en su deambular cotidiano no son simples avisos: son signos de los tiempos. Más aún: del tiempo y del espacio en que se mueve su propia voz, eminentemente alerta, es decir, profética y poética a la vez.
Pero si la ciudad es un espejismo, ¿qué mira en realidad el ojo? Un reflejo: “el punto de vista causa reflejos en el espejo el reflejo en el espejo es el otro nombre de la realidad” (p. 63). Y el tiempo parece asomar también en el espejo. Pues ¿qué es el tiempo sino el reflejo de la existencia, el reflejo en el espejo de nuestro paso por el mundo? 
Descendemos entonces al plano metafísico del ver y oír. El tiempo sigue su curso. Y al final percibimos con claridad lo que Gladys Mendía quiere que percibamos: que el tiempo no transcurre en los relojes, sino, parafraseando a Calvino, en la memoria que es redundante y cíclica y que repite los signos de la ciudad para que ésta empiece a existir, y que quizá sólo así cobre forma en “las mutaciones posibles de los ecos del mundo en la voz” (p.78). La voz de la poeta que, como la ciudad, es signo y memoria.

Edgar Aguilar
Xalapa, México, 2021


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